¡Oíd, oíd, oíd!
¡Oíd, mi señoría!
Porque lo que cuenta la leyenda
contar mejor yo no pudiera
De una doncella trataba,
de un poeta moro y trovador.
Y un rey dueño de Navarra,
Castilla y Aragón.
El poeta no os escribe,
con la mano.
Os lee lo que no lee,
el corazón humano.
El poeta versos no regala,
siendo él romancero,
a besar atreverse no alcanza.
Allí estaba el buen moro,
bien oiréis lo que decía:
"Malvada seáis muchacha,
que enamorado vos me tenéis.
¡Oh, mi doncella! ¿qué de mí sería
si vos no escucharais mi canción?
Os declaro pues, doncella mía,
que tanto amor no cabe en mí.
Llegando con tristeza a esta vida,
me iré con el corazón en mano.
Enamorado.
¡Oh doncella, cuan deseo yo daros! Cuando estemos grises, viejos,
dentro del lecho de madera
que a todos iguala,
volaremos, como colibríes,
correremos como la liebre
y gozaremos del placer,
placer de ser enamorados;
Ya sin ser humanos".
Allí respondiera la Cristiana,
al buen moro le decía:
"Y triste llegaste moro, y triste morirás.
Pues soy dueña de un rey
que anduvo esta jornada sin errar"
"Por allá lo veo, por allá.
Ya lo veo volver.
Dichoso caballero,
¡Desventurado romancero!
Sea mala la fortuna, la del rey.
Que de riquezas no se vive
si la rueda así lo decide.
Por allá viene, por allá va el rey.
Con su corcel cabalgando
no mucho menos errante que él.
Mas triste llegué y muerto me iré,
más no me incumbe deseo alguno
si a vos no he de pertenecer.
Cuando la margarita marchita,
claveles no han de nacer.
Pues Cristiana maldita,
vos has de saber,
que por mi prometida nací
y sin mi prometida no viviré.
Yo, mozo y trovador,
que daríate tanto amor,
y quítomelo un rey,
huiré de estas tierras,
con el corazón en mano
inerte, quebrado,
¡Mas ahora ensangrentado!"